A mediados de la década de los 80, cuando un grupo de arqueólogos estadounidenses examinaba imágenes satelitales que mostraban la península de Yucatán, en México, no sabían cómo interpretar una imagen que los descolocó por completo: un anillo casi perfecto, de unos 200 km de ancho.
Los cenotes, ese depósito de agua de manantial azul, son un elemento básico de los folletos turísticos de Yucatán y se repiten en este paisaje árido abriéndose paso por las vastas llanuras de Yucatán, un estado de bosque seco y bajo en el extremo este de México.
Los arqueólogos descubrieron estos agujeros profundos que rodean la capital de Yucatán, Mérida, y las ciudades portuarias de Sisal y Progreso, casi de forma casual, mientras intentaban comprender qué había sido de la civilización maya que una vez había gobernado la península.
Los mayas usaban los cenotes como forma de suministro de agua potable, pero la extraña disposición circular de los hoyos que se podía ver en las imágenes satelitales dejó perplejos a sus compañeros especialistas durante la conferencia Selper, celebrada en Acapulco (México) en 1988.
Una hipótesis inesperada
Para una científica que se encontraba en la audiencia, Adriana Ocampo, entonces una joven geóloga planetaria en la NASA, la formación circular le pareció la señal que apuntaba la línea de investigación a la que había dedicado gran parte de su carrera.
“Tan pronto como vi las diapositivas, me dije: ‘¡Ajá, esto es algo asombroso! Estaba muy emocionada pero me mantuve tranquila porque obviamente no lo sabes hasta que tienes más pruebas”.
Al acercarse a los científicos, con el corazón palpitando, Ocampo preguntó si habían considerado un impacto de asteroide, uno lo suficientemente gigante y violento como para haber marcado el planeta con formas que continúan revelándose 66 millones de años después.
“¡Ni siquiera sabían de qué estaba hablando!”, se ríe al recordarlo tres décadas después.
Esa charla informal que Ocampo mantuvo con los científicos durante aquella conferencia fue el comienzo de una correspondencia científica que sentaría las bases de lo que la mayoría de los científicos creen ya como cierto a día de hoy: que este anillo corresponde al borde del cráter que causó un asteroide de 12 km de anchoque golpeó Yucatán y explotó con una fuerza inimaginable que convirtió la tierra en agua.
Desde principios de los años 90, equipos de científicos de las Américas, Europa y Asia han trabajado para completar la investigación en los cabos sueltos que quedan.
Ahora creen que el impacto provocó un cráter de 30 km de profundidad de forma casi instantánea, llegando a crear, por un momento, una montaña el doble de alta del monte Everest.
En los años que siguieron al impacto, el mundo habría cambiado radicalmente, con una enorme nube de cenizas bloqueando el cielo y creando una noche perpetua por algo más de un año, haciendo descender las temperaturas a menos cero y matando a aproximadamente al 75% de los seres vivos sobre la faz de la Tierra, incluyendo a los dinosaurios.
El lugar más mortífero de la Tierra
Hoy, el punto central del impacto, donde una vez la montaña se elevó es una pequeña ciudad llamada Chicxulub Puerto.
Cuando visité esta población, de apenas unos miles de habitantes, vi que consta de casas de altura baja pintadas de amarillo, blanco, naranja y ocre que rodeaban una plaza urbana modesta común al de muchos otros pueblos de Yucatán.
La ciudad apenas tiene publicidad, así que a menudo los pocos amantes de los dinosaurios que intentan peregrinar por las largas y sinuosas carreteras de este estado mexicano acaban perdidos en otra ciudad cercana llamada Chicxulub Pueblo, a media hora en coche.
Pero incluso si llegan a la ciudad correcta, ubicada a 7 kilómetros al este de la costa de arena blanca del popular centro turístico de Progreso, hay pocos indicios de que este fue el escenario de uno de los momentos más desastrosos de los últimos 100 millones de años.
Si paseas por la plaza principal, verás pinturas de dinosaurios dibujadas por niños del pueblo. Pero el único monumento con referencias a su pasado prehistórico es es una especie de hueso de dinosaurio con un cierto aire infantil y hecho de concreto que está colocado sobre un altar con representaciones de especies de dinosaurios.
Hasta que los hallazgos de Ocampo se publicaron en 1991, esta área de Yucatán había sido objeto de poco interés internacional. Hoy en día, hay un museo que fue inaugurado en septiembre de 2018 entre Chicxulub Puerto y la capital de Yucatán, Mérida, a 45 km al sur.
“Chicxulub Puerto y sus alrededores merecen ser más conocidos en todo el mundo”, dice Ocampo, quien nació en Colombia pero se mudó de niña a Argentina y llegó a los Estados Unidos a los 15 años.
El asteroide, aunque provocó la devastación en el áreas, benefició a una especie por encima de todas las demás: los humanos, millones de años más tarde, pues evolucionaron gracias a por la destrucción de los mayores depredadores del mundo.
Sin ese impacto, la humanidad difícilmente podría haber existido nunca.
“Nos dio una ventaja para poder competir y prosperar, como eventualmente lo hicimos”, asegura la científica.
Una lección clave
El descubrimiento de Ocampo se produjo tras más de una década de investigar el impacto de los asteroides, pero la clave para entender lo que podían significar esos hoyos en la tierra fue su trabajo con una figura legendaria de la ciencia espacial, Eugene Shoemaker.
Shoemaker, el pionero geólogo estadounidense a quien se le conoce como uno de los fundadores del campo de la ciencia planetaria, sigue siendo, 21 años después de su muerte, la única persona cuyas cenizas están enterradas en la Luna.
Fue él quien había indicado a Ocampo que era poco probable que los círculos casi perfectos hubieran sido el resultado de otras fuerzas terrestres que no fueran asteroides y que esta hipótesis podría proporcionar pistas sobre el desarrollo geológico de la Tierra.
La idea de que un asteroide gigante había destruido a los dinosaurios fue propuesta por el los californianos Luis y Walter Alvarez, padre e hijo a principios de los años 80 del siglo pasado. “Pero en ese entonces fue extremadamente controvertido”, asegura Ocampo.
Pero sí logró colocar una de las piezas finales de rompecabezas que comenzó a vincular ideas dispersas que había entre los distintos científicos que trabajaban de manera independiente con fragmentos de información.
La primera persona en conectar el anillo de Yucatán con la teoría de los asteroides de Álvarez fue un periodista de Texas llamado Carlos Byars, quien escribió un artículo para el Houston Chronicle en 1981 preguntando si los dos fenómenos podían estar conectados.
Más tarde, Byars compartió su teoría con un estudiante llamado Alan Hildebrand, quien luego se acercó a Penfield después de examinar unas rocas en Haití, y fueron ellos dos quienes determinaron que el cráter no era un volcán, sino un impacto de asteroide.
“[Byars] recibe el crédito por ser el primero en juntar las piezas, ¡un periodista!”, exclama Ocampo. “Es una historia increíble cuando se juntan todas las piezas”.
Las lecciones aprendidas en el cráter mexicano ha reportado información muy valiosa a la nave Curiosity de la NASA, que aterrizó en Marte en 2012 y que ha pasado los últimos seis años investigando el entorno y la geología marcianos.
Los escombros descubiertos a partir de los impactos de asteroides en Marte en comparación con los hallados en Chicxulub muestran similitudes que indican que Marte debió haber tenido una atmósfera mucho más gruesa que la de ahora, una más cercana a la que tiene hoy la Tierra y que permite la vida en nuestro planeta.
“Es importante para nosotros saber qué sucedió en el pasado para estar preparados para el futuro”, asegura Ocampo. “Nos da una visión realmente buena de lo que ha sucedido en la evolución geológica de Marte”.
La ignorancia de un fenómeno único
Gran parte de los misterios del cráter Chicxulub todavía permanecen enterrados bajo tierra y lo genuino de su existencia es poco conocido por sus habitantes o por quienes visitan la ciudad, a pesar de haberse abierto el museo.
México ha pedido que el cráter sea reconocido por la Unesco. Hay muy poco que los visitantes puedan ver, ya que el impacto fue hace mucho tiempo.
Los turistas que visitan uno de los pocos remanentes que todavía hay, los impresionantes cenotes, donde se puede nadar entre los peces y las raíces colgantes de los árboles, ignorarán que estas características geológicas existen solo porque la caliza blanda de las que están hechas fue forzada a la superficie desde el subsuelo debido al impacto de un asteroide gigantesco.
“Ellos [la gente y las autoridades locales] están tratando de que la gente tenga un mayor conocimiento sobre este fenómeno único“, piensa Ocampo, quien también es una defensora de la educación en ciencias planetarias en América Latina.
“Es un lugar único en nuestro planeta. Realmente lo es y debería ser conservado como Patrimonio Mundial”.
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