Diciembre 27, 2017 07:00 PM
'Mexicas, los elegidos del sol', está en la tierra del Mayab
Tras partir de Aztlán, el pueblo Mexica siguió las instrucciones del sol y de la guerra, y del dios que lo representa, Huitzilopochtli, en busca de la tierra donde asentarse. En Tenochtitlán y sus alrededores encontraron el lugar ideal.
En menos de 200 años, el imperio azteca creció con más de 260 pueblos dominados por la Triple Alianza, formada por las civilizaciones alrededor del lago de Texcoco: Tlacopan, Tenochtitlán y el propio Texcoco.
El poderío de los elegidos por el astro se presenta en el Museo Regional de Antropología Palacio Cantón, con la exposición Mexicas: Elegidos del sol, que cuenta con 118 piezas del Museo Nacional de Antropología (MNA) y del Museo del Templo Mayor. Un Quetzalcoatl de piedra se enrosca entre sus plumas y un rostro humano asoma en lo alto, es la primera pieza que se observa de la exposición.
En un facsímil del Códice Boturini se representa el peregrinar mexica en el Valle de México hasta 1325, fecha de su asentamiento.
En piedras, los mexicas colocaban 52 cuentas para medir el paso de los años en un atado. En La Guerra, se presenta a la Florida, un ritual que alude a una batalla y en donde la gente de los pueblos dominados eran sacrificados para honrar a los dioses.
En una réplica del Ocelocuauhxicalli, un gran jaguar cromatizado descansa en el museo. En su espalda un hueco con inscripciones y detalles llamado vaso del águila es el lugar donde los corazones y la sangre de los sacrificados eran colocados como ofrenda a las deidades.
El mundo según los mexicas se formó cuando los dioses Quetzalcóatl y Tezcatlipoca enfrentaron a Tlaltecuhtli, el monstruo de ojos y bocas infinitas. En forma de serpientes, los dioses desgarran al monstruo. Una parte de su cuerpo se convirtió en el firmamento, la otra en la tierra. Sus cabellos fueron los árboles, las flores y las hierbas, su piel los prados, sus ojos en pozos de agua, sus bocas en ríos y cuevas, y sus múltiples narices en montañas. En el planeta la naturaleza nos recuerda la proeza de las deidades.
La exposición recorre también la representación maya del Tzompantli, los altares mexicas en donde se colocaban los cráneos de los sacrificados, ubicados en el Templo Mayor, donde recientemente se descubrió la presencia de restos óseos de mujeres y niños. Pero en el espacio de los mayas, creado por el Palacio Cantón, se muestran las piedras talladas como cráneos.
Al final de la exposición se muestran los trabajos cromáticos realizados por el museo del Templo Mayor en Nuestra sangre, nuestro color. La réplica en color de Coyolxauhqui, una diosa grabada en piedra y descubierta hace 40 años, y el Guerrero Estelar. Con el trabajo de pintura sobre la fibra de vidrio, los proyectos de los mexicas vuelven a brillar en colores rojos, negros, amarillos, azules y blancos, tras 500 años de desgaste. La Jornada Maya
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